viernes, 25 de noviembre de 2011
domingo, 13 de noviembre de 2011
jueves, 10 de noviembre de 2011
Clases de escenografía para Nadya
lunes, 31 de octubre de 2011
martes, 18 de octubre de 2011
martes, 13 de septiembre de 2011
jueves, 4 de agosto de 2011
jueves, 21 de julio de 2011
Imaginación y bicicleta, borrador a reescribir...
Imaginación y bicicleta
“Para mi amiga Iris, guardiana de bicicletas”
“El alma encuentra en un objeto el nido de su inmensidad” (Gaston BACHELARD, PE: 228)
La imagen que he escogido como cabecera de este escrito es una fotografía que data de los años cuarenta. El lugar es un pueblecito francés durante la ocupación alemana. La muchacha que aparece en primer termino se ha apeado un instante con su bicicleta para ser retratada debidamente y posa con coquetería y candidez. Hubo un tiempo en que ser retratado por un fotógrafo era un hecho excepcional. En las viejas fotografías siempre hay una celebración manifiesta u oculta. Si vas a ser retratado hay que ir peinado y vestido para la ocasión. Debe de ser la hora de una mañana estival por como caen oblicuamente los rayos de luz y la sensación vespertina y alegre que siento al observar esta antigua fotografía. El pavimento está mojado y desprende el aroma de las calles que son regadas por los tenderos las mañanas de verano. Los elementos de su curioso aspecto son harto extraños: sus recogidos cabellos de bucles dorados como retocados delante de un tocador, el fino talle de su blusa blanca bien plisada y abotonada hasta el cuello y en sus finas muñecas, contrasta en como se ciñe a su cintura con un cordel unos muy amplios pantalones de clochard o feriante de circo de esos que no tienen patronaje ni costurera y que parece estar hechos de tela gruesa. Ella aferra con su mano izquierda el manillar de su bicicleta de chico, mientras la derecha permanece en su bolsillo con actitud presumida, descarada y feliz. Arquea su cuerpo hacia la izquierda sujetándose sobre la punta de su pie izquierdo. Es una bicicleta demasiado alta para su estatura pero esta circunstancia parece no importarle. En esta misma época en Francia una ley gubernamental dictaba la prohibición de hacer acopio de telas debido a la escasez y el racionamiento de las materias primas. Entonces a los jóvenes franceses se les ocurrió la feliz idea de poner de moda una extravagante tendencia en la vestimenta: llevar con irónico desenfado ropas exageradamente amplias pensando seguramente en como vaciar así de existencias los almacenes de telares. Es la rebelión silenciosa de las prendas anchas. Reacción juvenil cuya estrategia contestataria puede resultarnos hoy inerme e ingenua, pero por lo visto, podía ser tomado como un gesto subversivo por las autoridades de aquella época en la Francia del régimen de Vichy. Con toda legitimidad es mejor que las telas, tan escasas y apreciadas en aquel tiempo de carestía, sirvan a la causa de una irreverente pataleta juvenil que acabar siendo el penoso y mugriento uniforme de un soldado muerto en el corredor de una trinchera. Así que esta vieja fotografía no retrata una muchacha presumida sino la celebración matutina de una revuelta.
Esta imagen quiero que sea el preámbulo sobre una reflexión sobre las bicicletas y la imaginación.
Cuando un n objeto humilde y familiar emana de la vivencia infantil el aura dorada de la remembranza, si en él quedan inscritos las afinidades y los afectos de un tiempo de felicidad, cuando encarna el poder de los valores inconscientes, este mismo objeto deja de ser una realidad precisa y tangible en el espacio de nuestra percepción para transfigurarse en un fenómeno de la imaginación activa. Entonces sentimos que el objeto nos anima a adentrar en una unidad de atmósfera. Nuestro ser se funde con ese ser que es ahora el objeto y conformamos una misma unidad de ser. No podemos despegarnos del objeto si en proximidad a él se acrecienta una ensoñación.
A esta relación que se establece entre una imaginación y el más simple de los objetos –imantado de poderes como un talismán- G. Bachelard lo denominó objeto onírico. Giani Rodari dedica atención a este fenómeno en sus libros al reflexionar sobre las palabras y las cosas en el juego infantil[1]. Esta relación restaurada por una proyección íntima entre sujeto y objeto he podido estudiarla también en las dinámicas creadoras de la experiencia teatral. En el teatro una simple silla puede ser el postín de un carruaje de caballos, una escalera de madera despliega arquitecturas insospechadas, el balanceo de una soga que pende en el escenario es un barco en la tormenta, un biombo es la entrada mágica a un mundo de transformaciones y máscaras. Los actores necesitan de los objetos pues son sus transistores de la emotividad. La escena teatral se compone de líneas invisibles de acción y objetos que son como nódulos psicofísicos y simbólicos, instrumentos nemotéctincos por donde fluye la línea sinuosa de la emoción. En la escena teatral cuando el objeto es soñado, cuando irradia la atmosfera del sentimiento, el verbo del drama se enreda como volutas en las oquedades del espacio y ya no es necesario construir un decorado o una escenografía. La imaginación siente las cosas y las palabras de una forma tan intensa que todo lo demás se torna prescindible. Evocar, sugerir son verbos determinantes- para quien crea imágenes en sí evanescentes y transitorias
Con el objeto imantado de poderes oníricos accedemos a una dicha de estar vivos y estamos concentrados en un mundo de ilusión. La posesión de este objeto es un acto de libertad interior pues descubrimos una perspectiva inaudita que se acrecienta en las imágenes internas que se abren ante nosotros coloreándose con una constelación de reminiscencias. El objeto más simple es nuestra cosa más preciada y ante él guardamos el silencio de una mirada inquieta y penetrante. La contemplación lustra el objeto más pobre hasta hacerlo brillar como el oro[2]: leed numerosos cuentos donde los objetos más humildes toman propiedades mágicas o preciosas cuando son acariciados o frotados. A veces un toque con las yemas de los dedos y los objetos toman propiedades animistas. Es una ley de la imaginación: un objeto humilde porta la semilla de la flor de loto de la ensoñación. Hay que lustrar, acariciar, ofrecer el aliento a tu objeto preciado y entonces su sombra nos murmura.
Retomando a G. Bachelard los objetos oníricos como las palabras soñadas, toman en sí la faceta dual de la psique en los mismos términos que C. Gustav Jung definió como animus y anima. Nuestros objetos adquieren una u otra potencia psíquica, lo que en nuestra imaginación se desarrolla en dos movimientos o impulsos principales de la imaginación: dinámicas de extroversión y de introversión. En el primero se proyecta en el objeto una dirección, un impulso de la voluntad y de la inteligencia, un dominio del espacio exterior. En el segundo, sentimos que el objeto nos concentra, crea alrededor nuestro un nido, una envoltura protectora, un aura dorada..
Sin duda, la bicicleta es para todas las personas que no han olvidado el cosmos de su infancia uno de los primeros actos de posesión del espacio exterior y el que más intensamente ha quedado sellado en la memoria. Diversos juegos infantiles como son la rayuela o el escondite son también tempanas iniciaciones - de esta toma del espacio del afuera. Con estos juegos el niño toma posesión de la calle, y como sucede en los veranos, el tiempo nocturno de la primera madrugada. Para los niños es mágico poder jugar en el tiempo vedado de la noche estival. La noche para el niño que juega, después para el adulto taciturno que escribe, es un tiempo que se siente como interminable y alienta a ensoñar mejor. El niño no quiere recogerse en casa, quiere seguir jugando y explorando lo limítrofe. No parece que tras un día de correrías el niño esté saciado de jugar, no quiere acostarse. Hay que llamarle insistentemente en el rellano de la puerta -¿Dónde estará el condenado? La noche extiende a la imaginación su manto de misterio. El espacio es aún a los ojos del niño una geografía de la invención.
La bicicleta para la conciencia infantil es una verdadera revolución psíquica y sensorial. El encanto de la bicicleta es que no es propiamente un juguete[3] sino una acción –una disposición del ser- que desencadena una liberación psíquica imborrable. Es un dinamismo tan expansivo y ágil que tiene que, a todas luces, traducirse en una lucidez del espíritu, en un dinamismo del lenguaje. Esta es mi tesis. La bicicleta nos lleva a recordar la excitación del desequilibrio, una felicidad de movimiento inusitada, la sensación de vivir una libertad que hasta hace bien poco estaba constreñida al patio, el aula de un colegio, el interior de la casa familiar. Pocos objetos nos han hecho ser tan conscientes de nuestra libertad de destino o de fuga. Cuando de adultos montamos una bicicleta muestro rostro no puede evitar esbozar una sonrisa, reencontramos una felicidad que habíamos vivido antes, muestras aspiraciones de una libertad personal se renuevan pues recordamos un tiempo de despreocupación y travesura. La bicicleta es un símbolo de independencia tan claro que cuando en la vida adulta sentimos la opresión de un trabajo o de una responsabilidad ardua que nos estresa la bicicleta aún nos ayuda a liberar nuestra psique por unos momentos. La bicicleta ataja con su marcha los caminos angostos de la neurosis por otros donde no sentimos el peso del pasado. Volvemos a ser un poco niños. La bicicleta es un símbolo del povenir.
Cuando la bicicleta es rememorada en el escenario de nuestras estancias en el campo, es para nosotros la conquista de la imaginación sobre el horizonte. Nos transporta a las ensoñaciones del paisaje. Nos acerca y nos aleja en el espacio con la ligereza del viento. La bicicleta es libertaria, rebelde, es el dadaísmo del sendero[4], es la insensatez en la linde de un camino. Allí donde nuestros padres nos prohibían cruzar en la infancia, allí donde sólo íbamos cogidos de la mano, a ese lugar hemos ido por curiosidad con nuestra primera bicicleta. Con ella rompemos el círculo de protección familiar y asumimos un espíritu de aventura. El niño se dice “algún día podré ser un viajero[5]” ¿Qué es lo que hay más allá?. De adultos ningún viaje que emprendamos puede contener la excitación de nuestra marcha transgresora en bicicleta. La casa familiar con sus pasillos en penumbra, los cajones donde se esconden los secretos mudos de la memoria, los armarios antes poblados de fantasmas, los desvanes con sus antiguallas, forman parte de la ensoñación del alma materna, del recogimiento protector. La casa es la cuna del ser, fuera de ella se nos exige el gesto valiente, el dinamismo de la curiosidad. Con la bicicleta vamos a ensanchar nuestra ensoñación en un afuera, vamos a proyectar una interioridad en una lejanía, vamos a plasmar las primeras vicisitudes de la voluntad, endeble y frágil aún, en su lucha contra los elementos. La bicicleta anima la fortaleza de un animus que ensueña con las resistencias del viento.
Una cosmología de los elementos agua, tierra, fuego, aire, que orientan los cuatro temperamentos de la imaginación poética, tienen su traducción en el universo de los juegos infantiles en cuatro especies de incursiones en el espacio. De este modo podríamos realizar una topología de la vivencia infantil y los instrumentos lúdicos que pertañen a cada elemento imaginado: como, por ejemplo, construir una barquilla, jugar con el barro o excavar una gruta, tener una caja de cerillas, hacer volar una cometa. El juego infantil es una forma de moldear el elemento imaginado por un animus que empieza a desperezarse. El animus del hombre adulto se ha desarrollado a partir de una afinidad electiva, una empatía, por un elemento moldeado por una inteligencia e imaginación vivaz. Esta afinidad infantil germinará en su correspondiente faceta de la inteligencia creadora en un destino profesional vocacional. Una pedagogía de la imaginación tendría que ser una escuela de cosmología de los elementos donde cada infancia descubriese el elemento propio a su interioridad, el elemento donde se recrean mejor sus imágenes internas..
Si tomase una psicología de la infancia destacaría lo importante que es para el niño la bicicleta como objeto donde la propia personalidad proyecta un proceso de individuación que no cesará en el fututo. A veces es el padre quien sujeta el sillín antes de soltarnos cuando estamos aprendiendo a marchar en la bicicleta. La sombra del progenitor queda atrás. El niño necesita imaginarse no como los adultos quiere que sea, sino como aspiración a ser. El animus del niño se forja en un dinamismo creciente del ser por lo que toda cosa o fenómeno que conlleve un dinamismo ejerce a sus ojos una gran fascinación. Si el niño carece de una bicicleta inventará su propio carruaje mágico[6], proyectara en cualquier objeto una dinámica feroz e impulsiva que grave una hendidura en el espacio y en el silencio –arrojar un objeto, gritar. El animus es en su expresión más simple una lanza en el espacio. El desarrollo cognitivo durante la infancia es una especie de violencia y de expansión: más rápido, más lejos, más alto, más profundo. Esta atracción por el dinamismo y lo impulsivo están en muchos objetos que el niño construye como una cerbatana, una ballesta, una honda, un tirachinas. El niño que juega parece retrotraernos a algo muy arcaico como es el hombre primitivo que caza. Los paralelismos entre arquetípicos y vivencia infantil son constantes. Si estos juegos agresivos son fabricados por el abuelo tomaran a la mirada infantil resonancias ancestrales que serán imperecederas en la memoria.
Un psicoanálisis de la bicicleta animaría en mi opinión un estudio psicológico sobre esos objetos iniciáticos que nos hacen acceder desde el mundo sobreprotegido de la tierna infancia al periodo ciertamente más turbulento de la adolescencia. Diré que la bicicleta está conectada aún con el inconsciente. Se vive este objeto en la virtud de que enlaza ambos planos del ser. La bicicleta circula por línea tenue que separa lo inconsciente de lo consciente, la infancia y la adolescencia, el espacio del hogar y la calle o el campo, la vida solitaria y la vida social con otros niños. La bicicleta es de signo animus, una voluntad y una inteligencia que ensueña. En un primer momento histórico la invención de la bicicleta nos muestra aún torpes diseños: la rueda delantera porta en su eje la fuerza motriz del pedal como un triciclo, ésta es de un tamaño muy superior a la rueda trasera, el manillar se encastra en una posición poco idónea, el centro de gravedad hace de las primeras bicicletas un medio de locomoción bastante inestable por no decir peligroso. El logos quiere dominar la dualidad onírica de la bicicleta y esto hace que su dinamismo sea demasiado pensado, como para adquirir un movimiento ágil y continuo: un movimiento que sea más rápido que el pensamiento. No es solo en un plano metafórico que el pensamiento quiere gobernar sobre esta primera invención, es que todavía es un objeto mal soñado, es como un centauro mal proporcionado que no se acopla bien a nuestro cuerpo. Solo cuando la bicicleta expresa en un diseño el equilibrio entre estos dos planos, lo inconsciente y lo consciente, se hallará un diseño que plasme una idónea psicomotricidad y cenestésica. Si hiciésemos una ontología de la bicicleta seguramente nos remontaríamos al arquetipo de la doma del caballo mítico. El niño primitivo no monta una bicicleta se aupa o es aupado sobre un caballo. Es por esta razón que el caballo balancín o con ruedas de los niños que no hace mucho gateaban por el suelo antecede a la bicicleta como juego infantil. Todo juego infantil, todo objeto de juego, no lo olvidemos, tiene su origen en rituales de iniciación primitivos. Recuerdo abandonar mi bicicleta en plena marcha y observar como avanzaba solitaria como si mi sombra todavía estuviera sentada en el sillín. Mi consciencia está aquí y mi inconsciente todavía marcha una distancia más allá.
De la bicicleta proceden impresiones provenientes de la imaginación aérea. Es la vida ágil y liviana. Vivimos en la marcha presurosa la dialéctica del soplo suave de la pendiente que se baja sin apenas pedalear a la resistencia de ascender una pendiente angosta. No es casual que bicis antiguas lleven flecos alados en el guardacadenas o en los guardabarros. Con la bicicleta sentimos el placer de la levedad y combatimos le resistencia del viento. Tenemos la sensación de volar. No es descabellado hacer coincidir la invención de la bicicleta a la par de los primeros inventos aeronáuticos: la sensación de volar es anterior a la invención. Un sueño de vuelo a veces se inicia con un brinco de talón. La imaginación de dominar la axialidad está plasmada en ensueños y leyendas. Muchos sueños que tienen como motivo el vuelo se asemejan por sus sensaciones cenestésicas a la experiencia de marchar en bicicleta. Algunos relatos y cuentos nos muestran artefactos voladores movidos por la fuerza locomotriz de la bicicleta, como las ilustraciones que hizo Banville sobre cielo utópico del París del XIX. Observad las similitudes de los primeros y ligeros aeroplanos de los hermanos Wrigt son como floraciones geométricas de tela y mimbre sobre una bicicleta. Cuando se descubre como fabricar una rueda ultra ligera está toma en la imaginación la composición aerodinámica de las cometas. La cometa y la bicicleta, fusión de ambos artilugios lúdicos, dará lugar al primer aeroplano. Es realmente curioso que ambos juegos, fascinantes para la imaginación infantil, hayan sido los precursores técnicos del vuelo.
Me pregunto si podría reflexionarse sobre una posible filosofía de la bicicleta. Cómo el pedaleo encadenado, el sonido inconfundible del piñón dentado, la marcha ligera con el viento a tus espaldas haya podido plasmarse en ritmos e imágenes literarias. Sería un libro fabuloso que jamás se ha escrito. Libros como éste si que los hay sobre las virtudes de caminar. Hay filósofos que caminan e hilvanan el pensamiento en sus paseos. Meditar con las manos entrelazadas en la espalda mientras se toma un sendero en el bosque nos remonta a los filósofos griegos de la escuela peripatética. Se medita bien con la dicha de moverse. Estar sentado en una estancia junto a una biblioteca tiene algo de pensador acomodado, de pensador mortecino. En una tarde estival en el campo portad un libro en las manos, unas cuartillas de papel blanco y un lapicero bien afilado, dirigíos hacia un cruce de caminos, descansad bajo la sombra de un árbol, entonces la meditación tiene un efecto embriagador y goethiano. El espíritu siempre camina, nunca está inmóvil, aborrece el diván y la disciplina del pupitre. Si existe una poesía y una literatura de la bicicleta debe de ser la de un tiempo feliz., de una época de insensatez, inaugura una vanguardia verbal.
Recuerdo que aprendí a andar en bicicleta más tarde que otros niños. Mi infancia transcurrió acechando la calle tras las cortinas. Los armarios, los cajones, las cajas de zapatos, la pequeña carbonera fue mi espacio de juego. Mi primera bicicleta fue un regalo de mi tío. Un día me llevó al merendero y sobre la mesa de billar se alzaba mi primera bicicleta. Hombre detallista había reparado una bicicleta de segunda mano. En los manguitos colgaban cintas de muchos colores. Sólo una vez me atreví a salir por la calle con ella pues no quería sufrir las burlas de otros niños: era una bici de chica y esos flecos cromáticos me harían pasar por un niño ñoño. Así que la bicicleta estuvo guardada en casa. Desde entonces he sentido una pasión por las bicicletas. Conozco su mecánica. He restaurado bicicletas antiguas, y hasta conocía un viejo taller de cromado para las piezas que estaban desperfectas por el óxido. En mi pequeño piso he tenido guardados varios modelos hasta que me ha sido imposible por espacio conservarlas conmigo.
Uno de los elementos que suelo fijarme en las bicicletas son la pequeña linternilla que se ilumina gracias a la dinamo. Sus diferentes morfologías me fascinan. La linterna, objeto también onírico y simbólico de la infancia que ilumina la lectura nocturna, la poética de los acecho[7]s, se integra perfectamente en la bicicleta. Una biciccleta sin faro parece estar ciega sin su linternilla.. Si es así, hemos desgajado de ella gran parte de su fuerza onírica, es una bicicleta diurna.
Hoy me conformo con solo tener en mi escritorio un piñón y hacerlo girar mientras suena su ruido concatenado ….
[1] Op. Cit RODARI, 141: “La mesa y la silla, que para nosotros son objetos consumados y casi invisibles, de los que nos servimos automáticamente, son para el niño, en gran medida, materiales de una exploración ambigua y pluridimensional, en que se dan la mano conocimiento y fabulación, experiencia y simbolización”.
[2]Op Cit. BACHELARD, PE: 100: “¿Pero cómo dar a los cuidados caseros una actividad creadora? En cuanto se introduce un fulgor de conciencia en el gesto maquinal, en cuanto se hace fenomenología lustrando un mueble viejo, se sienten nacer, bajo la dulce rutina doméstica, impresiones nuevas. La conciencia lo rejuvenece todo. Da a los actos familiares un valor de iniciación. […] Estos objetos así mimados nacen verdaderamente de una luz íntima: ascienden a un nivel de realidad más elevado que los objetos indiferentes, que los objetos definidos por la realidad geométrica. Propagan una nueva realidad de ser. Ocupan no sólo su lugar en un orden, sino que comulgan con ese orden. De n objeto a otro, en el cuarto, los cuidados caseros tejen lazos que unen un pasado muy antiguo con el día nuevo”
[3] Una fenomenología del juguete nos enseñaría que el mejor juguete es justamente lo que a primera vista no lo es. El niño semantiza cualquier objeto con el juego.
[4] Marcel Duchamp en un readymade: la rueda en su orquilla es la insensatez necesaria de la vanguardia sobre el taburete de un pintor.
[5] Como me enseño Iris en su taller algunas bicicletas portan emblemas de San Cristobal, santo que protege a los viajeros.
[6] En el norte los niños pobres que no tenían bicicleta construían una especie de monopatín de tres ruedas. Eran dos tablillas ensambladas sobe dos ejes, las ruedas eran rodamientos usados de los talleres mecánicos. Guatiberas.
[7] Qué importante es para los niños que puedan observar las cosas de forma furtiva. Por qué esta obsesión actual de esclarecerlo todo y no preservar el tiempo de los misterios para que el niño pueda elaborar su propio relato mítico.
lunes, 11 de julio de 2011
martes, 5 de julio de 2011
viernes, 1 de julio de 2011
jueves, 30 de junio de 2011
lunes, 20 de junio de 2011
Alicia/ Gilles Deleuze
jueves, 16 de junio de 2011
Jung y el Tarot
Un libro precioso en estos momentos en que intento recuperar mi vida como lector.
martes, 14 de junio de 2011
La luna
La carta me está diciendo que no tengo otra posibilidad que seguir adelante como un animal acorralado. Hay que ser muy valiente para cruzar ese río, para pasar por delante de esos dos perros negros, para responder a las esfinges.
Recuerdo cuando era muy niño fui a buscar agua a una torca en el campo. El manantial brotaba de la tierra. Era un sitio muy profundo y umbrío. El agua era helada. Fue una tarde de verano. Siempre iba allí con una botella a buscar agua del manatial. Mientras bajaba por las escaleras de tierra ví los ojos encendidos de un perro gris. Esta herido. Aullaba de dolor. Su dueño le había disparado con su escopeta de caza y el animal se consolaba tumbado sobre la charca del manantial. Yo me asusté y me acerqué lentamente...tranquilo...tranquilo...estaba tan asustado que temí que mordiese mi mano. Regresé a casa por algo de comida y volví corriendo. El animal ya no estaba...
La carta de La luna nos alerta de una situación donde no hay marcha atrás, el inconsciente nos traiciona. Estoy en el borde de una depresión... en esta situación hay que arrojarse para adelante con el impulso de un animal herido, no hay vuelta atrás, hay que salir del atolladero...hay que cruzar...