Campos de Castilla de Antonio Machado fue el primer libro que me regalaron en mi infancia.
lunes, 28 de abril de 2014
El refugio cósmico de los pastores castellanos
Los refugios de los pastores en la Castilla rural merecerían un
estudio etnográfico que creo no ha sido realizado con la debida profundidad y
cariño. ¿A quién le puede interesar un montón de piedras en un
altozano perdido de la meseta castellana? ¿Que interés pueden tener
esos refugios pétreos que en las interminables jornadas con el rebaño
eran edificadas piedra a piedra y que en invierno o en otoño parapateaban
al pastor de la furia del viento del norte, la nieve o la lluvia?
Seguramente nadie haya prestado valor a estas humildes construcciones
que se encaraman en los puntos más elevados de los montes justo en la
perspectiva para acechar al rebaño indolente, bien aprovechando un
hoyo o hendidura, bien una concavidad en la roca caliza o la cercanía de un manantial. Me he prometido buscar bibliografía
al respecto y encarar un trabajo un poco como hace Gaston Roupnel con la campiña francesa en sus preciosos libros filosóficos-etnográficos.
Para
comprender la importancia de estos precarios refugios hay que pensar
en esa profesión desconocida para el hombre actual que es el pastoreo, una profesión
desaparecida inexorablemente y que si se mantiene todavía en algunos pueblos de la comarca ya no posee la rudeza
del pasado. En Castilla desaparecen los rebaños y los pastores, los
montes no se limpian de la maleza, los caminos y rutas se borran porque no transitan
los rebaños de ovejas, los bosques se queman porque el monte no está limpio como
cuando pastaba el ganado y el fuego atizado por el viento no encuentra barranco, soleado o ribera limpia que no arda a su paso. La desaparición del pastoreo es una de las
causas de por qué los incendios que asolan la península ibérica cada verano son tan devastadores. La maleza que antes el ganado limpiaba de forma natural cuando pastaba ahora nadie lo hace.
No es casual que al
pastor como sucede en la religión cristiana sea una metáfora y un
emblema místico. Si conoces la Castilla de la meseta en los días de
invierno puedes sentir la rudeza en la que antaño los pastores
vivieron, la profunda soledad en la que pasaban su vida de sol a sol,
estación tras estación, año tras año. La meseta castellana es mística y
la única meditación surgida de estas tierras agrestes y frías, este
terruño arduo de labrar, es el seco conceptismo y el sentimiento
trágico de Unamuno.
Pero debemos hacer un ejercicio de imaginación y
acompañar a estos pastores solitarios ante los acechos y peligros del
monte, entre ellos el lobo que en manada atacaba los rebaños y que
practicamente ha desaparecido en el ecosistema cinegétetico de toda la
península. Cuantas leyendas ha dado el lobo. Solamente pronunciar esta
plabara haría erizar los cabellos de los niños de tiempos pasados. La soledad del monte no nos impresiona. Por doquier se extienden carreteras y autopistas que fracturan los territorios que antes permanecían unidos por las cuencas naturales de los ríos.
Estando
en el pueblo donde tenemos una casa fuí a visitar uno de mis refugios
preferidos, el cual se haya muy bien conservado, y que tras una
tarde de caminata ante un viento del norte helado no logré encontrar.
Desistí de buscarlo y mi descripción es ahora el recuerdo de haber
estado allí con José María, un amigo de mi edad que no quería estudiar y
se quedó de pastor en el pueblo hasta que tuvo la edad de poder
emigrar a la ciudad. Este refugio es muy especial pues parece una construcción
megalítica. De hecho hay resonancias en estas rudas y simples
arquitecturas de las construcciones más primitivas: en ocasiones es un
muro y un hoyo, en otras se encaraman en algún hueco de la roca caliza
que se resguarda aún mejor con una pila de piedras.
Dicho refugio
que fuí a visitar tiene forma de iglú en la que cada franja de piedras
calizas, sin tallar ni cortar, tal como se encuentran en la naturaleza,
se van sobreponiendo hasta conformar una semiesfera. Parece mentira que
una persona solitaria haya podido levantar tal edificación y la
destreza que tuvo que emplear el pastor para acuñar las enormes piedras
del paramento. Se entra a la construcción por un pequeño acceso de
cuclillas lo cual nos hace ingresar en un estado como embrionario. En el
interior caben a lo más dos personas, o un hombre y un perro, y un
fuegecillo con matas de berezo. Es allí donde situado en la posición más
alta del monte sobre la llanura tormentosa, al abate de las
inclemencias del frío y de la desolada soledad de los buitres que
merodean a gran altura en los cielos encapotados es donde se entiende
un principio fundamental del imaginario: la fenomenología de lo redondo
al que Bachelard dedica el último capítulo de La poética del espacio..
Allí
el refugio del pastorcillo se cosmiquiza. El refugio endeble es una
cpasula del tiempo que nos devuelve de un salto a la vida anterior de la
palabra cuando el hombre era todavía mudo, el hombre que acompañaba a
las bestias transhumante era un hombre amenazado, un hombre cuya soledad
le unía a cada piedra del camino, a cada estrella del cielo, era un
hombre cósmico porque era un hombre todavía ingenuo sin el suficiente
arraigo a un lugar. Hoy, podemos sentir quizá un poco de esa
reminiscencia y encender el fuego del hombre transhumante. El fuego
transhumante es un fuego quizá más antiguo que el fuego sedentario.
Nadie que no conozca la meseta castellana en invierno no puede saber la
enorme tenacidad y persistencia que se debe tener para encender un
fuego cuando las matas están humedas por la escarcha y los dedos duelen
enrojecidos por el frío. Si logras prender este fuego éste se convierte
en el primer fuego del mundo, en un fuego que despierta en el ser un
tiempo anterior a cualquier memoria y recuerdo personal. Es el tiempo
anterior a la palabra.
Campos de Castilla de Antonio Machado fue el primer libro que me regalaron en mi infancia.
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