"En el Louvre una pintura de un primitivo, no sé si es conocido o no, pero que nunca representará un periodo importante de la historia del Arte. Ese primitivo se llama Lucas Van den Leiden, y después de él, en mi opinión, los cuatrocientos o quinientos años de pintura siguientes son insustanciales e inútiles. La tela de la que hablo se llama Las hijas de Lot, asunto bíblico de moda en aquella época. Por cierto que en la Edad Media no entendían la Biblia como la entendemos ahora, y ese cuadro es un curioso es un ejemplo de las seducciones místicas que la Biblia puede inspirar. Su patetismo, en todo caso, es aún visible desde lejos; afecta al espíritu con una especie de armonía visual fulminante, es decir, con una intensidad total, que se organiza ante la primera mirada. Aún antes de alcanzar ver de que se trata, se presiente ya que ocurre allí algo tremendo, y podríamos decir que la tela conmueve al oído al mismo tiempo que al ojo. Parece que en ella se hubiese concentrado un drama de alta importancia intelectual, como una repentina concentración de nubes que el viento, o una fatalidad mucho más directa, ha reunido para que midan sus truenos.
Y en efecto. El cielo del cuadro es negro y cargado, pero aún antes de poder decir que el drama nació en el cielo, y ocurre en el cielo, la luz peculiar de la tela, la confusión de las formas, todo revela una especie de drama de la naturaleza, y desafío a cualquiera artista de las grandes épocas de la pintura a que nos de uno equivalente.
Una tienda se levanta a orillas del mar; ante ella está sentado Lot, con una armadura y una hermosa barba roja, y mira evolucionar a sus hijas, como si asistiera a un festín de prostitutas.
Y en efecto, esas mujeres se pavonean, unas como madres de familia, otras, como amazonas se peinan y practican armas, como si nunca hubieran tenido otra ocupación que la de encantar a sus padre, servirle de juguete o de instrumento. Se nos enfrenta así el carácter profundamente incestuoso del antiguo tema, que el pintor desarrolla aquí con imágenes apasionadas. Esa profunda sexualidad es prueba de que ha comprendido absolutamente el tema como un hombre moderno, es decir como podríamos comprenderlo nosotros mismos; es prueba de que no se le ha escapado tampoco su carácter de sexualidad profunda pero poética.
A la izquierda del cuadro, y un poco hacia el fondo, se alza a alturas prodigiosas una torre negra, apuntalada en su base por todo un sistema de rocas, de plantas, de caminos serpenteantes señalados con mojones, punteados aquí y allá por casas. Y merced a un feliz efecto de perspectiva, uno de esos caminos se desprende en determinado momento del confuso laberinto en que se había internado, y recibe al fin un rayo de esa luz tormentosa que desborda de las nubes y salpica irregularmente la comarca. El mar en el fondo de la isla es extremadamente alto, y además extremadamente calmo, si se tiene en cuenta la madeja de llamas que hierve en un rincón del cielo.
Ocurre a veces que en el chisporroteo de un fuego de artificio, a través de ese bombardeo nocturno de estrellas, cohetes y bombas solares, se nos revelan de pronto, en una luz alucinatoria, y en relieve contra el cielo de la noche, ciertos elementos del paisaje: árboles, torres, montañas, casas; y su claridad y aparición repentina quedan ligadas definitivamente en nuestro espíritu a la idea de ese sonoro desgarramiento de las sombras. No es posible expresar mejor esta sumisión de los distintos aspectos del paisaje a las llamas que se manifiestan en ele cielo sino diciendo que aunque esos aspectos tengan su luz propia, son pesar de todo como débiles ecos del fuego repentino y celeste, puntos vivos de referencia que han nacido del fuego y han sido colocados en sitios donde pueden ejercer toda su fuerza destructora.
Hay además algo de espantosamente enérgico y perturbador e la manera con que el pintor representa ese fuego, como un elemento aún activo y móvil en una expresión inmovilizada. Poco importa cómo ha alcanzado ese efecto, es real, y basta ver la tela para convencerse.
De cualquier modo ese fuego, del que se desprende innegablemente una impresión de inteligencia y maldad, sirve, por su misma violencia, de contrapeso en el espíritu a la pesada estabilidad material del resto del cuadro.
Entre el mar y el cielo, pero hacia la derecha, y en el mismo plano que la Torre Negra, se adelanta una estrecha lengua de tierra coronada por un monasterio en ruinas.
Esta lengua de tierras, aunque aparentemente muy próxima a la orilla en que se alza la tienda de Lot, limita un golfo inmenso donde parece haberse producido un desastre marítimo sin precedentes".
Antonin Artaud. El teatro y su doble
Bibliografía
Artaud, Antonin: El teatro y su doble.
Artaud, Antonin: Cartas desde Rodees, I,II,III. Fundamentos, Madrid, 1989.
Artaud, Antonin: Van Gogh, el suicidado por la sociedad. Aldo Pellegrini.
Argonauta, Buenos Aires, 1981.
Artaud, Antonin: Mensajes revolucionarios. Editorial Fundamentos. Madrid 1981.
Borie, Monique: Antonin Artaud. Le theatre et le retour aux sources, Gallimard, París, 1989.
- Contenidos
La imagen narrada
El espacio como área del sueño
Viajar dentro de un cuadro
El paisaje como miniatura
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