...

...

.






Atelier de las imágenes /Poéticas del imaginario Gaston Bachelard




Me atrevería a sostener que la imaginación creadora es la más elevada función de la psique. La conciencia, el inconsciente, los estados d ensoñación, son ante todo imágenes proyectándose en la oquedad de la mente. Hagamos lo que hagamos, pensemos en lo que pensemos siempre habrá imágenes revoloteando en nuestra mente. Es una tendencia natural de la psique dar una forma o una sensación a cada hecho mental. La imaginación realza -o puede entorpecer- con sus deslumbramientos las sendas de una inteligencia. Entonces el pensamiento sueña, la razón y el sentido común ceden ante la fascinación de la insignificancia de una imagen sencilla. Para que la razón recobre su poder constitutivo, su dominio, deberá censurar toda elucubración que provenga de las imágenes y vigilar toda idea seducida por la experiencia mediadora de una imagen.

Pero no vamos a detenernos aquí tan solo en hablar de imágenes, sino de imaginación: movimiento, metamorfosis, ausencia, dinamismo de imágenes. Vamos a estudiar aquella imaginación que profundiza en los orígenes del ser. Vamos a adentrarnos en los misterios de la imagen cuando emprendemos un decurso de ahondamiento o de excavación. Siempre po la pendiente que se adentra en lo remoto, en lo primero, hacia lo que es pleno en su inocencia. Es por la imaginación que la psique accede al remoto instante de una inocencia primigenia, una ingenuidad recobrada, donde las imágenes surgen del manantial arquetípico de la lengua. La imagen poderosa, resonante, es siempre infantil, mítica. Justo en esa zona profunda donde lo familiar y lo vivido se entrevera con lo inmemorial.

La historia de occidente durante siglos ha desterrado la imaginación acusándola de ser tributaria del error y de la especulación fantasiosa. Si no hubiera dado el arte o la poesía testimonio de las creaciones de la imaginación hubiera sido cercada a la locura. De este modo, es curioso observar como la palabra imaginación desaparece comúnmente de los discursos del arte y de la pedagogía en general. La imaginación es la gran dama desdeñada. Pero, ¿sabemos qué es la imaginación? ¿Sabemos cómo suscitarla y orientarla hacia una creación genuina? ¿Qué herramientas aplicamos para estimularla? ¿Qué diferencias existen según tome un cauce de expresión u otro?

Nuestra propuesta con este centro de recursos del imaginario es ofrecer poco a poco una perspectiva amplia sobre todo lo que se haya podido decir de la imaginación. Lo haremos desde tres niveles y en orden de profundidad y acceso a la imagen poética: desde la psicología, el psicoanálisis, y por último, la fenomenología. En un primer momento nos vamos a dirigir a la obra de uno de los filósofos que mejor ha comprendido y estudiado el acto imaginario: Gaston Bachelard. Su obra es para nosotros un gran pilar en todo estudio que verse sobre el imaginario, y es por esta razón, que este centro va a emprender una exégesis en profundidad de su obra. El estudio y comprensión de sus matices nos parece capital. Retomamos aquí nuestro proyecto académico de tesis doctoral cuya metodología basada en la obra de Gaston Bachelard nos servía de guía por las imágenes poéticas de la obra de William Shakespeare.

Al hablar de la imaginación nuestros objetos predilectos podrán ser variopintos: en unas ocasiones nos detendremos en una melodía que suscita ecos del pasado, en otras, en un objeto que murmulla, miraremos tan de cerca una pintura que nos adentraremos en su interior, leeremos pausadamente una página literaria, nos encapricharemos con la silueta de una sombra, viajaremos por los meandros silábicos de un nombre, daremos testimonio de como toda cosa o ser, posee un doble en el campo de los sueños.

Una fenomenología de la imaginación tal como fue planteada en la obra de Gaston Bachelard implica en nosotros vivir intensamente las imágenes, abandonarnos a ellas con una total adhesión. Ampliando y diversificando nuestras imágenes predilectas, nuestras imágenes ensoñadas, podremos trazar poco a poco el mapa general de una cosmología de valores: una verdadera cosmografía de la ensoñación.

Pero un término como fenomenología de la imaginación puede llevarnos a cierta confusión. ¿Se puede hacer filosofía de la imaginación cuando en sí misma rehúye de la tiranía de un discurso, del pensamiento bien encadenado? ¿Se puede hacer pensamiento con algo tan delicado y evanescente como la imaginación. Defendemos que sí pero no será desde la praxis de un discurso sino elaborando un gran tapiz de suscitaciones, de sugerencias, de evocaciones. La fenomenología del imaginario se hace preguntas desacostumbradas a una filosofía tradicional: ¿Que ocurre en una conciencia cuando observa una enigmática puerta entreabierta en la oscuridad?, ¿cómo un estrecho hilo de luz de un pórtico anima en nuestra mente imágenes que no vemos pero que se presienten que están más allá cruzando este umbral? ¿Qué hace que veamos recordando a los pintores, en una penosa mancha en la pared, paisajes, animales fantásticos, batallas? ¿Que diferencia fenomenológica hay entre el tic-toc de una puerta y el sonido de un timbre en la imaginación de un dramaturgo? ¿Por qué un silencio puede ser más sugerente que un gran discurso? ¿Que hace que un objeto se electrifique con el aura de un mundo imaginado y se pueda contener un continente en una postal amarillenta? ¿Qué hace que una misma palabra declamada repercuta en la conciencia como el filo de una daga o una caricia? ¿Cómo los niños pueden representarse un viaje en un barco en su ruta por un océano con una simple y vieja silla? ¿Qué hace que los actores crean estar en el lugar de otro? ¿Qué hace que un escultor imagine las formas a través del vacío de los objetos? ¿Qué hace en la pasión amorosa, pasión dominada por la imaginación por excelencia, que alguien se enamore de otra persona que a los ojos de otra se fea y hasta horrible? ¿Por qué cuando besamos cerramos los ojos? ¿Hacia donde tienden esas valorizaciones que definen una ontología del ser por la imaginación. ¿Como la imaginación es una de las facultades preeminentes de lo humano hasta tal punto de no poder hablar de una inteligencia que no sea ella misma imaginación?

Tantas preguntas pueden salir a nuestro paso para remarcar la importancia de la imaginación en todos nuestros actos más cotidianos hasta tal punto que podemos decir que una persona sin imaginación se evidencia como una persona pobre para vivir fecundamente la realidad. La imaginación es conciencia de imaginar y como conciencia que se representa el mundo en el que vive y lo recrea completándolo siempre estará mucho más lejos, siempre hará de su objeto algo más engrandecido, hará de lo percibido algo más hermoso o más terrible.

El objetivo final será trazar los caminos de una estética comparada que enlace el placer de la lectura con la armonización de una poética de los sentidos.

El espacio de praxis que conjuntamente y más adelante genere este espacio de reflexión será, siempre lo hemos defendido, de índole teatral pues es en el teatro donde encontraremos esa sinergia de los vocablos que se pronuncian, los colores que irradian, las materias que se amasan, los espacios que se ensombrecen.

Nos es oportuno asegurar que este espacio de realzamiento de las imágenes sea teatral en dos orientaciones muy definidas: una, como poética de la sustracción y el ocultamiento -imaginar es "no mostrar, es sugerir, evocar, esconder, ocultar, vaciar, desprender, reducir"; y por otro, como poética de la exuberancia -imaginar es agrandar, exagerar, expandir, habitar todas las posibilidades de un sensualismo creciente.

Hemos denominado a nuestro centro "el establo y las estrellas" como si fuera una ocurrencia shakespeariana, un espacio donde lo más humilde se enlaza con lo más elevado. Dos personajes de La Tempestad, Calibán y Ariel, serán los dos rostros ambivalentes de la imaginación, los dos son prisioneros de la alquimia.


***






Palabras clave


Palabras clave: imaginario, imaginación creadora, Gaston Bachelard, poética de los sentidos, psicología de la creatividad, teatro sensorial, heurística de la literatura, fenomenología del imaginario, fenomenología de la imaginación, gramáticas del arte, gramática de la fantasía, dramaturgia del imaginario, pedagogía de la imaginación, inteligencia divergente, estética comparada.


Mots clef: imaginaire, imagination créative, Gaston Bachelard, poétique des sens, psychologie de la créativité, théâtre sensoriel, heurística de la littérature, phénoménologie de de ce qui est imaginaire, phénoménologie de l'imagination, grammaires de l'art, grammaire de la fantaisie, dramaturgia de de ce qui est imaginaire, pédagogie de l'imagination.


Key words: imaginary, creative imagination, Gaston Bachelard, poetic of the senses, psychology of the creativity, sensorial, heuristic theater of Literature, phenomenology of the imaginary one, phenomenology of the imagination, grammars of the art, grammar of the fantasy, dramatic art of the imaginary one, pedagogy of the imagination, divergent intelligent.



Paraules clau: imaginari, imaginació creadora, Gaston Bachelard, poètica dels sentits, psicologia de la creativitat, teatre sensorial, heurística de la literatura, fenomenología de l'imaginari, fenomenología de la imaginació, gramàtiques de l'art, gramàtica de la fantasia, dramatúrgia de l'imaginari, pedagogia de la imaginació.





.

.

abc

...
.....



Autores: Gaston Bachelard, Albert Beguin, Jean Burgos, Italo Calvino, Joseph Campbell, Henry Corbin, Robert Desoille, Gilbert Durand, Mircea Eliade, James Hillman, Jacques Launay, Carl Gustav Jung, Eugéne Minkovski, Sallie Nicols, Vladimir Propp, Giani Rodari, Marius Schneider, Etiene Sorieau, L. S. Vigotski, Mary Warnock, Jean Jacques Wunenburger.







...

...




.

.

.

.

...

...

.

.

...

...

.

.

.

.

abc

....

jueves, 23 de julio de 2009

Los fenómenos de la imaginación (I parte, pendiente de revisión)








~ William Shakespeare: un cosmos de amor inventado ~

José Bravo

Los fenómenos de la imaginación. 2
El amor y la imaginación creadora. 8
Una sexología onírica. 12
El amor en la obra de W. Shakespeare. 15
El amor es imaginación. 16
El amor y la música. 16
El amor como experiencia artesana. 16
El amor y el silencio. 18
Los sonetos: ¿dime a quién amas? Master-mistress of my passion. 19
Pasión amorosa y homoerotismo. 19
Preámbulo a una fenomenología del amor 21
El flechazo. 21
Galería de flechazos en la obra de W. Shakespeare. 22
Espacios de la ensoñación, polifonías sensoriales e inventiva amorosa. 24
Amor y cosmología. 25
Animus y anima. 26
Teoría cuadripolar de la pasión amorosa. 28
La pasión amorosa como un juego de espejos. 29
La androginidad de la imaginación. 29
El afán secreto de la alquimia. 30


Los fenómenos de la imaginación

Los trabajos infatigables de un fenomenólogo de la imaginación tratan de ocuparse de lo que son las cosas sencillas y los aspectos humildes. Su labor es una artesanía que requiere una mano paciente y lenta que orada el pensamiento con caricias hasta decantarlo en el esqueleto de su silencio. Sabe que la escritura es el espacio inmenso que acogen dos palabras que se suceden en un cadáver exquisito. Auscultar finamente el alma de los rostros, de los objetos, de los espacios, de las palabras, hasta desvelar su faz recóndita y onírica, su faceta oculta en las sombras del inconsciente. Cada cosa y cada ser se debe entonces a su existencia doble, al desdoblamiento de su ser en el ensueño. Al soñar los seres y los objetos descubrimos que todo es lo contrario de lo que nos manifiesta su primera y pronta apariencia, unas veces nos engaña y otras nos seduce con su simulación. Reconoce que tras estas apariencias todo ha sido soñado antes de haber existido. Antes de que podamos explicarnos su existencia y remontarnos en el pasado de sus significados cabe encontrar su genealogía onírica. Todo se manifestará incompleto sino ha sido desdoblado por un sueño. A cada cosa o ser nombrado con un vocablo hay que enfrentar a la etimología estricta una etimología sumergida en el campo de los sueños. La apariencia no es la imagen. La imagen es la trascendencia de la apariencia, su sombra, su vida oculta en la noche, su agitación en el mundo de las sombras. Bajo el velo de maya de las apariencias hay fuerzas ocultas que la transfiguran. Por esta razón una fenomenología encara esa dualidad entre un mundo de las apariencias y la realidad interior para encarar como el ser proyecta en el cosmos fuerzas que se impulsan en la intimidad de un alma. Como filosofía de la humildad y la modestia atiende a los fenómenos ínfimos y los detalles que nos son muchas veces desapercibidos por una percepción nerviosa y demasiado embrutecida, pues el mundo puede caber y florecer en una delicada miniatura que debe proteger con las yemas de sus dedos. Un gesto cotidiano y habitual, un pensamiento claro y conciso, y la ilusión se desvanecerá en la nada de la que surgió no hace más de un instante. La fenomenología es una filosofía tan sumamente detallista que hace de la lectura y la contemplación una obra de orfebrería. Reclama estar predispuesto a recibir una imagen singular, reclama observar en soledad el devenir de la vida con los ojos entornados pues el mundo está ahí como una obra de su propia creación, como virtualidad de su propia voluntad de representación. En mí hay fuerzas que se lanzan al mundo para preñarlo de magia. El fenomenólogo es un anticuario de los sueños que va enlazando unos ámbitos oníricos a otros, coordinándolos en su ensoñación de ensoñaciones en una escritura interminable.




La iniciativa fenomenológica posee distintos centros de inquietud, o podremos denominarlos mejor, unos centros de fascinación. Para el fenomenólogo la realidad es tan abierta y tan sugerente a la interpretación como el emblema encriptado. El emblema da pie a una fabulación tras otra y amplia nuestra presciencia del destino nunca cerrado en su porvenir. La vida es un laberinto donde el ser busca al doble de su ser. Esos centros de fascinación nos expresan las elecciones de nuestro ser doble, nuestro ser aumentado. Un humilde y pobre objeto puede ser la puerta hacia un lugar lejano o a un tiempo que nos antecede. Le veremos rescatar viejos objetos, polvorientos y en desuso, si en ellos siente manifestado un recuerdo que ni siquiera es suyo, pues toda impresión que parece anteceder a lo vivido personalmente es un original campo de fuerzas para la actividad incesante de su imaginación. Entonces las cosas parecen murmurarle, en verdad le hablan, le ruegan que él las salve de su pronta desaparición y obsolescencia rememorándolas con la imaginación
[1]. Un solo verso de un poema puede ser el impulso hacia un cosmos de imágenes que alientan la novedad y la originalidad de una lengua. Pronuncia palabras olvidadas enterradas en las veleidades del lenguaje y en el ímpetu recto del discurso. Una vocal puede llegar a suscitar un color, una palabra la entrada a un espacio imaginario. Se dedica a tontear con sentencias misteriosas que invierten y enloquecen el orden de la sintaxis y devuelven un lustre rítmico al habla. Entonces la anciana lengua materna se mezcla con las sonoridades de la poesía más experimental. Observa paciente los reflejos y las luces sobre el plano de su humilde escritorio pues en cualquier ángulo del espacio aflora la composición de un cuadro. Analiza las sombras como si fueran espectros cuando sabe muy bien que su propia sombra es su gran interrogante, su fiel compañera, su amante. Yo sueño y mi sombra me sueña a mí. Yo soy la proyección de mi sombra. Yo soy la sombra de mi sombra. Volverá a escuchar las canciones de otro tiempo y recordará una juventud que nunca fue suya, recordará un amor inexistente bajo el farolillo de una ciudad portuaria. El fenomenólogo, un ser extremadamente dividido en sus afanes, es el espía que acecha los huecos y las ausencias. Para acechar mejor el instante de una imagen naciente tomará el ángulo oportuno entre la sombra y el espacio iluminado, portará una máscara. El sabe que es otro. El contempla la mirada que contempla. Es más importante y significativo lo que no está presente que lo que se encuentra ante nuestra contemplación activa y dilucidadora. Lo más elocuente y sugestivo se anuncia cuando se ausenta. La imagen poética, motivo de su observación, es lo que se presiente, lo que se evoca, lo que desaparece, es algo captado en el dinamismo de una metamorfosis. Si la imagen se completa en una expresión muy definida perderá su fuerza iluminadora, su fortaleza poética. Es necesario que la imagen incite un deseo creciente por otra imagen, que ante nosotros haya un porvenir de imagen. Por la ventana entreabierta de la estancia una corriente de aire golpea los cristales y la intuición se despierta. El alba luce tras los cristales, la ciudad se despierta y abandona su ensoñación de la noche. El trabajo incesante, el afán de trazar una senda más del acto imaginario. Su afán verdadero es labrar los caminos de la creación poética. Su larga labor alcanzar el instante elegíaco. Cada proyecto que emprende es una paciente y larga labor de la caricia. La fenomenología del imaginario es una artesanía de la psique.


Cuantas veces me ufana una filosofía estética es encarceladora del niño creador, y que a tal punto parece dominar los discursos del arte actual. La crítica y el discurso acostumbran a olvidar, si cabe, al pensamiento de la seducción, la tarea generosa de la suscitación, como la fenomenología del imaginario intenta hacernos recordar una y otra vez. Una filosofía estética que fuera una invitación a imaginar. Si no hay suscitación mejor no decir nada que pueda inhibir la obra ni el gesto de una expresión naciente, pronta a resurgir. El fenómeno de una creatividad que embarca a una mente al trabajo del arte es un hecho frágil sobre el que un discurso demasiado chillón puede resonar como una fuerza imperativa sentida como inhibidora. Si tomásemos el poder de la evocación en los discursos del arte tendríamos territorios semánticos quizá mucho más amplios a la recepción valorativa. Campos de valores que expanden los códigos, que resurgen en el vacío dejado entre dos signos. El arte así volvería a ser la psicoesfera
[2] de las imágenes imaginadas, las imágenes amadas, las imágenes compartidas. La fenomenología del imaginario tratará de impulsar la actividad imaginaria en todos los recodos de la vida para que hagamos de ella el experimento inédito de nuestra propia imaginación. La vida imaginaria es nuestra más excelsa creación.

Nuestro principal interés no será tanto el mitoanálisis o la metacrítica como lo que podremos denominar, muy aventuradamente, la mitogénesis, o más certeramente nominada con un neologismo como imagogénesis. Si la primera corriente corresponde a una labor de sabiduría hermenéutica muy atenta a descifrar los contenidos, sentidos y valores de las imágenes hasta alcanzar lo que es la estructura arquetípica que está latente en toda imagen, la segunda, trata de aproximarse al acto creador de una conciencia ingenua, que regresa a la inocencia del primer encuentro. Nuestro principal interés es estudiar una conciencia que regresa a las profundidades, que retrocede a la infancia del ser, a la infancia de la cultura. La imagen fundacional, la imagen primera, la imagen más simple es la que tiene para el fenomenólogo tal valor como para declararla poseedora del atributo de poético. La imagen natural, la imagen pura es un eco que resuena en las profundidades de nuestro ser. Cuando se esta ante una imagen en si, dejando al lado esas estratificaciones de significados a escudriñar, se está lejos de pensarla como un objeto o un conjunto de signos. La imagen plena y resurgiente, la imagen cuyo devenir inunda nuestro psiquismo se vive en su actualidad, en su misterio, en su instante efímero. Estas imágenes nos diría un neurólogo actúan sobre esa zona del cerebro más remoto en la evolución. Una experiencia estética poderosa y enraizada en las fuentes del simbolismo dista de ser una experiencia de la cultura. Un complejo de cultura nublará esta primera imagen de criterios y razonamientos, de prejuicios y de gusto, para ir desgastando poco a poco el verdadero valor ontológico de una imagen poética. Desconfío de esas personas cuya sensibilidad estética solo accede a las obras de la cultura y no tanto a los ámbitos de su propia experiencia. Nos hablaran de las obras magnas de los grandes pintores, de viajes en los que han contemplado la ruinas de los templos de la antigüedad, nos hablara de los grandes espectáculos con un ferviente amor por la cultura, pero dónde está su ser, la esencia de su ser. Esta esencia no se remite a ninguna obra de la cultura pues su sencillez como imagen puede llegar a parecer la impresión de un ignorante. Ante la imagen natural cuando resplandece en el psiquismo no hay razonamientos que valgan, luego podremos hablar si cabe de ella como un símbolo, podremos matizar nuestros conceptos, más tarde inspirarnos para hacer de ella un mito o una fábula, también descifrar su arquetipo latente, pero en su presente es como un flecha dirigida al centro de una emotividad muy primaria que se haya plasmada en nuestros órganos y que está en la región que los metafísicos definen como una ontología del ser. Las estructuras primarias del imaginario son una plasmación en posturas y gestos muy sencillos que una psicofísica de los sueños podría estudiar.



La imagen poética crea al ser y lo estimula a ser un más ser. Necesitamos imágenes que renueven en una forma original los mitos, necesitamos insuflar vida en nuestras metáforas. Necesitamos amar el lenguaje renovándolo con una imprudencia, acción a veces poco correcta e indisciplinada. La génesis de las imágenes poéticas nos descubren su pulso anárquico, su vida libre en el lenguaje que las origina. El viento y la tempestad debe llenar los mil alvéolos del lenguaje agotado por las servidumbres de la significación y el discurso. Por esta razón debemos tomar las palabras como ámbitos lúdicos y espacios de una creatividad tocada por una gracia leve y por una despreocupación rectora. Los niños nos enseñan este hecho primigenio cuando juegan y construyen relatos, como muy bien ha sido estudiado por Giani Rodari en su Gramática de la fantasía. El grormeló insensato hace cantar a las palabras, inventa nuevas palabras. Mientras se juega se murmulla.

Una cuestión hay que aclarar, ¿de qué hablamos cuando hablamos de la imagen? Utilizamos imágenes para pensar, para ilustrar nuestros conceptos, con ellas establecemos códigos semánticos. Se ha unido al concepto imagen aquello que se ve, que se percibe, que se entiende, que se ha roto la sinonimia existente entre imaginación e imagen
[3]. Nuestro acceso al símbolo, a la imagen simbólica no es directo, a tal punto, que añadirle el epíteto a la imagen designa que a imagen ha sido pensada, analizada por la erudición. Para que una imagen sea una aproximación cualitativa y valorativa al acto de imaginar habría que orientarnos paradójicamente hacia el silencio de la imagen[4]. Entonces la imagen se nos donaría nos tanto como pensamiento o como percepción sino como presentimiento.

El núcleo del problema que nos ocupa entonces en estas páginas no es el arte y sus categorías, sino más bien, la imaginación creadora. Son para mí dos temas diametralmente opuestos que pautan la distancia entre lo que se viene a considerar un artista y lo que es a mi entender un fenomenólogo de la imaginación. El arte elabora proyectos y discursos que son discutidos entre una colectividad. El fenomenólogo vive su soledad en comunicación con otras soledades. Es el hombre apartado de todos los movimientos de su época pues sabe muy bien que la imaginación es muy antigua, es la más antigua memoria del hombre. Al hablar de la imagen se establece una genealogía misteriosa sin historia y sin decurso, opera en algunas mentes como un salto. El estudioso del fenómeno de la imagen no intentará embarcarse en algo mayor que esa miniatura que es la imagen. La humildad de su observación es la que capta la maravilla del relieve. Para observar con mayor agudeza la imagen, se siente incitado a volver a esos valores del ayer: la penumbra, el silencio, la inacción. Es ante todo una larga labor de desprendimiento pues nos topamos con una ley básica de la imaginación: no hace falta nada para embarcarse en un acto imaginario. La imaginación es la más humilde de las funciones psíquicas y quizá una de las más importantes en su forma de deslumbrar nuestro psiquismo.

La obra del fenomenólogo es de alguna manera una obra de la mente, es un analista de la autenticidad de los sueños, un hombre que vive en el laberinto de su propia subjetividad. Entones nuestro objetivo es estudiar el fenómeno de la imagen en la mente. Como se irradia una imagen original y a la vez remota –tan remota que pertenece a una antigua memoria- en el psiquismo. Por esta razón definimos nuestra disciplina como una fenomenología –esencias del psiquismo- aunque podría ser nombrada bajo el manto de otro término, por ejemplo, una psicología de la inventiva, una estética del acto creador. Lo importante no es tanto la imagen completada y el acto de percibirla, como el trayecto de incubación e iluminación creadora cuando esa misma imagen ilumina y resuena en la psique y aplazamos todo lo que nuestro entendimiento y nuestra cultura puedan explicar de ella. Pronto puede descubrirse la humildad y sencillez de la imaginación y la severidad coartadora que desprenden los conceptos. Los conceptos deben quedar llegado a un nivel de encuentro íntimo con la imagen en un segundo plano. Cuando estamos deslumbrados por la imagen, por nuestra imagen predilecta, ésta lo llena todo. Aquí lanzamos una crítica prudente al arte como poética exclusiva y unívoca del discurso lúcido: desde cuando el artista sólo trabaja con conceptos. Hay otras palabras que postulamos como fundamentales en toda acción creadora y en el arte en general: imaginación, intuición, emoción, pasión, etc. A veces la sensibilidad de un artesano nos hace enmudecer, observamos su mano trabajadora. No reivindica nada. Esta esculpiendo su silencio. Crear nos hace enmudecer, a lo mucho murmurar. Enunciando estas palabras nos sería necesario trazar así una intersección evidente entre el plano del espíritu y el plano del alma en todas las tareas creadoras, y así restablecer su lugar y su verdadero objeto, para que una y otra colaboren en un proyecto singular, en una experiencia que enlaza una amplia colectividad de subjetividades. Añoro una época futura donde los hombres podían comunicarse a través de sus sueños. Una época donde las imágenes sean instrumentos de curación. Todos nuestros aparatos sofisticados que componen la esfera electrónica no serán más que cachivaches cuando sepamos como acceder a la esfera onírica, cuando sepamos adentrarnos en la región de los sueños. La imaginación regirá todas los dinamismos de nuestro ser imaginado. Podría ocurrir que nuestro ser fuese fluyendo y expandiéndose en el sueño de otras interioridades. Esa esfera onírica ha tenido un nombre: la literatura.



¿Qué es la imaginación? No sabré responderos con una definición concreta. La imaginación huye de toda taxonomía y definición. Muchas preguntas sacuden en mi mente en estos momentos de mi escritura ¿Que ocurre en una conciencia cuando observa una enigmática puerta entreabierta en la oscuridad?, ¿cómo un estrecho hilo de luz de un pórtico anima en nuestra mente imágenes que no vemos pero que se presienten que están más allá cruzando este umbral? ¿Qué hace que veamos recordando a los pintores, en una penosa mancha en la pared, paisajes, animales fantásticos, batallas? ¿Que diferencia como fenómeno hay entre el tic-toc de una puerta y el sonido de un timbre en la imaginación de un dramaturgo? ¿Por qué un silencio puede ser más sugerente que un gran discurso? ¿Que hace que un objeto se electrifique con el aura de un mundo imaginado y se pueda contener un continente en una postal amarillenta? ¿Qué hace que una misma palabra declamada repercuta en la conciencia como el filo de una daga o una caricia? ¿Cómo los niños pueden representarse un viaje en un barco en su ruta por un océano con una simple y vieja silla? ¿Qué hace que los actores crean estar en el lugar de otro y crear ante nosotros una emoción? ¿Qué hace que un escultor imagine las formas a través del vacío de los objetos? ¿Hacia donde tienden esas valorizaciones que definen una ontología del ser por la imaginación. ¿Como la imaginación es una de las facultades preeminentes de lo humano hasta tal punto de no poder hablar de una inteligencia que no sea ella misma imaginación?







La palabra imaginario no tiene para mí la misma evocación majestuosa que el vocablo francés l´imaginaire. Solo pronunciar l´ímaginaire en un suspiro largo y la mirada se alza lejos, muy lejos, hacia un horizonte que se despliega en mi pequeño cuarto. Despierta un placer labial como si se extendiese ante mí un gran manto de sombra y de terciopelos. La lengua castellana es novelesca, tosca, se habla en voz en grito. La lengua castellana, realista en su esencia, tuvo que cruzar el atlántico y fundirse en las sonoridades ignotas de las selvas del nuevo mundo para encontrar su doble soñado. El inconsciente de la lengua castellana es la lengua iberoamericana. La lengua francesa, en cambio, es más apropiada para captar las sonoridades y las filigranas de una imagen poética. Cuando narra parece que su fin es un destino de imagen poética. Suelo pronunciar en la noche cuando aviene el alba l´ imaginaire con un murmullo y viajo, viajo…lejos…muy lejos….a la patria inexistente del encantamiento.


Tantas preguntas pueden salir a nuestro paso para remarcar la importancia de la imaginación en casi todos nuestros actos, incluso los más cotidianos, hasta tal punto que podemos decir que una persona sin imaginación se evidencia como empobrecida para vivir fecundamente la realidad. Tras la dimensión de lo real hay fuerzas que nos muestran una dimensión de lo irreal que no cesan de transfigurarla. Toda potencia irrealizadora es digna de existir y de ocupar en la realidad una acción transformadora y cautivadora. Estamos hechos de percepción y de intuición. Caminamos por la vida dirigidos por la razón más práctica y siguiendo la senda de la magia. Pero ya de niños en el ámbito escolar nos imponen la estrecha censura. Al niño se le amonesta cuando se distrae en la ventana con un insecto y no atiende a la lección tediosa. Al niño se le dice que el color no puede manchar toda la amplia lámina y que la mancha que se derrama, el color vertido, debe ser contenida en los límites precisos del contorno de un dibujo[5]. En definitiva, nuestra sociedad se basa en un cuerpo de leyes que abolen la imaginación y la contrarrestan[6]. Se nos habla de creatividad, palabra sumamente gastada en numerosos ámbitos sociales, pero nada es más molesto que una persona que introduce un nuevo juego, por ejemplo en un espacio laboral. Tener pájaros en la cabeza resume esa condena hacia el hombre que imagina, que desea expandir el entorno en el que vive con actos de su imaginación. La palabra imaginación no es recordada por mí en los cinco años de carrera en Bellas Artes. En el teatro, en cambio, me he topado en numerosas ocasiones con esta palabra, me he encontrado con este gran interrogante pues el teatro es para mí esencialmente un humanismo de la imaginación. A este respecto, voy a defender, que un artista, un literato, un talento natural se distingue por su forma íntima de acceder, la facilidad con la que se embarca en un acto imaginario. He podido distinguir esta cualidad especial en los niños, no tanto en la facilidad de la expresión que escogen, sino en su nivel de concentración y de profundidad. En como, de repente, crean alrededor de ellos su círculo mágico creador-. De tal modo como ha demostrado cierta psicología existen niños superdotados en inteligencia cognitiva defiendo que existen niños con aptitudes innatas en imaginación creadora. Si esa aptitud innata no se mima con generosidad y ternura ésta llega a estancarse. Por esta razón, uno de los fines expresos de la fenomenología del imaginario, y como estudioso de esta disciplina, es elaborar en lo posible la futura pedagogía de la liberación frente a las pedagogías disciplinarias de la opresión[7]. Diré algo polémico: sigo siendo el niño que odia el colegio y saca de quicio al maestro. Necesitaríamos, sin duda un nuevo cuerpo de escuelas especiales para atender este hecho pedagógico esencial cuando asistimos al crecimiento del fracaso escolar. No es un asunto transversal en los programas curriculares. Estas escuelas estarían fundadas, elucubro, y perdonen el título algo ambicioso, como una escuela de ensoñación cosmológica[8]. ¿Por qué este título? La fenomenología del imaginario es una ciencia poética que estudia las raíces antroposimbólicas de la imaginación. Si este plan fuese trazado en un proyecto real descubriríamos lo importante que es proteger la ensoñación infantil como escuela de aprendizaje. Las principales lecciones de nuestra vida, aquellas que recordamos en la vejez están teñidas de ensoñación. Diremos que la infancia no es tanto lo que se vive sino lo que se imagina en nuestro tránsito por las primeras ensoñaciones. Cuántas lecciones podrían explicarse a los niños con el simple hecho de mirar por el ojo de una cerradura. La curiosidad se acerca con pasos sigilosos y lentamente hacia la cerradura. Es evidente observar como el juego humilde, el juego infantil se enlaza con esa proyección imaginaria del ser con lo cosmológico. Decidme un juego infantil tradicional, desde el columpio a la rayuela, y podremos hablar largamente de su origen mítico, su enlace con las imágenes del universo.





La imaginación es conciencia de imaginar y como conciencia que se representa el mundo en el que vive y lo recrea completándolo siempre estará mucho más lejos, siempre hará de su objeto algo más engrandecido, hará de los datos de nuestra percepción algo más hermoso. La imaginación sutiliza la percepción y realza cada detalle del pensamiento. La imaginación es una necesidad de la psique que nos hace adentrarnos en distintos ritmos del reposo y la acción. La imaginación es psiquismo creciente y expandido. Son los anteojos mágicos de lo oculto. Una fenomenología sale en nuestra ayuda para enunciarnos unas esencias que hacen que el lenguaje de la imaginación sea universal. La imaginación es un lenguaje original y novedoso y a la vez se puede comprender como extrae sus fuerzas del gran caudal antroposimbólico de la humanidad.

Es por esta razón que durante ya bastantes años he emprendido el estudio de esta disciplina llamada fenomenología del imaginario cuyo maestro indiscutible es el pensador Gaston Bachelard, y una literatura de pura imaginación, la obra dramática de w. Shakespeare. Ningún otro pensador que ha reflexionado sobre la imaginación me ha interesado más vivamente que la obra del pensador francés. Sigo fiel a mi maestro hasta abarcar en lo posible una exégesis completa de su obra. Algunos ensayos han pretendido con un matiz algo presuntuoso ser esta fenomenología del imaginario; entre ellos el tedioso ensayo de Jean Paul Sastre El imaginario que abandoné por la página veinte, o la soberbia tesis doctoral de Gilbert Durand Las estructuras antropológicas del imaginario, que he dejado aparcada para un futuro asedio lector. La aportación de los grandes mitólogos me ha interesado e inspirado, pero tengo que confesar mi ignorancia. He abandonado conscientemente estas líneas de trabajo cuya aportación metodológica puede ser importante meditar en un futuro no muy lejano. Sobre W. Shakespeare puedo decir lo mismo y pervive mi recuerdo en el teatro: una representación mediocre pero que, no sé por qué, hace que un verso brille e ilumine rutilante el escenario en un instante de la representación. Es como si te iluminase un destello, un fogonazo del lenguaje que despierta mis sentidos y lo embarcan hacia un lugar desconocido. Un dardo atraviesa el ojo de mi mente. Con W. Shakespeare entramos en los dominios del lenguaje elevado y a la realización de una pronunciación estética. En verdad hay una lengua poética que nos enseña a hablar, que abre y expande las matizaciones más insospechadas del ser pasional, del ser parlante. La emoción humana es aumentada por la riqueza de un vocabulario que ha sido soñado. Shakespeare representa para mí un misterioso personaje con una imaginación prometéica. Shakespeare es el canon de la inventiva y representa todas aquellas fuerzas de un onirismo liberado que crea una gran obra de la ensoñación. No creo en la modernidad de la obra de W. Shakespeare, creo en la antigüedad de W. Shakespeare, criticando las lecturas sesgadas de la crítica y los manierismos vanguardistas de las puestas en escena contemporánea.

Tomando así la obra de un dramaturgo y un filósofo de la imaginación, asumiendo mi ingenuidad, podría alumbrar, con un método y un objeto de estudio bien definido, una nueva línea de investigación de necesario uso en las enseñanzas de Arte dramático y también en las escuelas en general. Esa línea de investigación la he denominado con un título algo paradójico: las dramaturgias del imaginario. Paradoja que se encuentra en una lectura en dos niveles: en el de la trama y en el de la imagen. El drama es una obra de pensamiento y de sensibilidad. Esta línea de investigación vendría a atender a tantos y tantos escritores de la imaginación, entre ellos abundantes dramaturgos ya clásicos. Me he concebido como un heurístico
[9], y mi disciplina es una heurística de la literatura en relación fraterna con la hermenéutica. La heurística, término griego, define esos caminos paralelos, divergentes, que nos permiten acceder más que a una verdad a una esencia. Diferenciamos esencia y verdad como dos campos de búsqueda diferentes. La esencia es lo que se experimenta, la verdad lo que más bien se discute. El plan heurístico complementa una lectura ceñida a su objeto textual con una lectura que denominaremos lectura-reverie o lectura-ensoñación. Con la lectura-reverie el libro se desdobla y espejea en el ser que lee, el yo del escritor y el yo del lector se suman en una creación que progresa.



El amor y la imaginación creadora

No podré en un sólo preámbulo explicar el cuerpo completo de mi disciplina –si puede postularse la fenomenología del imaginario como una verdadera disciplina o un método analítico-. Este objetivo verá pronto a la luz en una tesis doctoral ya en términos claros y aplicativos. Solo lo he hecho para desde aquí poder abordar la siguiente hipótesis clave que deseo tratar en estas páginas: en el centro de la espiral de una inquietud dispersa y diversificada en objetos, obras y temáticas, hallo en la pasión amorosa el destino de plenitud de una imaginación creadora. Los poetas son los libertadores del amor. El amor es un fenómeno de la libertad. Una palabra, el amor, que cuando es pronunciada provoca en muchas almas una cierta reserva y pudor. La sospecha late cuando al pronunciarla creemos traicionar su valor auténtico, si empañamos con sentimentalismo una emoción verdadera. Nuestra época es poco dada a idealismos y el amor idealizado nos asusta tanto como tememos amar a un ser sin ser correspondidos. Idealizar a la persona en la que depositamos las esperanzas de nuestra pasión amorosa supone en ocasiones una agria frustración cuando esta persona no desea ocupar la imagen resplandeciente con que nosotros la hemos envestido en nuestra mente. Sí, el amor es el gran interrogante de la iniciativa fenomenológica hasta tal punto que al hablar de la imaginación es insoslayable adentrarnos en las facetas ocultas y secretas de la pasión amorosa y su inventiva. La iniciativa amorosa no solo nos lleva a las imágenes propias del deseo sexuado que comprenden una poética del erotismo
[10], hay que señalar esas otras imágenes que se encuentran en la infancia como una especie de candor del ser. El amor, es entonces una palabra estimulante que debería ocupar una posición central en ese gran cosmos soñado que es nuestro vocabulario y rodeada de la aureola de todas esas palabras particulares e íntimas que están emparentadas con ella. Palabras que se hermanan, palabras filiales, palabras del placer, palabras del olvido y de la remembranza. El amor suscita ser explorado en todas las facetas del onirismo imergente, sumergiéndonos en los ámbitos bien explorados por una psicología de las profundidades, y vivenciada, por último, con toda la inventiva pasional. Voy a hablar en este corto artículo de la imaginación del amor y descubriré, paso a paso, como el amor es la expresión más elevada de una imaginación creadora, de una imaginación que escribe, que hace más hermosos los colores y las visiones, que crea sugerentes teatralidades, que hace metamorfosear a los seres según se adentren en el aura onírica de otro ser. El amor incita, ilumina, sugestiona más que ninguna otra emoción humana nuestra necesidad de renovar nuestra forma de percibir, de hablar, de pensar o de existir. El amante nos promete lo imposible, lo que jamás ha existido o existirá. Existen otros cosmos de la imaginación que aureolan de otras pasiones más soterradas y oscuras, sin duda, pero no los evocaré en profundidad en estas páginas. Hay fuerzas que se impulsan en el orden contrario, pero para nada deseo que este lado oscuro avasalle el lado luminoso del alma, tan sólo recordar que están ahí domeñadas en la oquedad del ser como un claroscuro moral. La esencia de nuestro ser moral es menos un dogma que un eje de valorización vivido con la intensidad del acto imaginario.


Paso a paso descubriremos como una fenomenología de la imaginación nos llevara prontamente a defender una fenomenología del amor, pues ambas se desenlazan por la ensoñación poética en un cosmos de belleza y de felicidad que reclama fuerzas primitivas, sensaciones de la primera vez. Asignaremos a esta ensoñación amorosa, poética, valores femeninos y maternales, valores de reposo y dulzura, fuerzas de cohesión y replegamiento interior. El amor finalmente es la cuna, berceau, del ser. Esa cuna es la lengua materna. La lengua cimbrea en nuestro ser íntimo como lo hace las primera caricias que velan nuestro reposo y nuestra fidelidad a los primeros espacios de la niñez
[11]. Una psicología muy atenta estudiaría esos psiquismos maltratados y desarraigados del amor maternal, que prontamente en su tierna infancia han sido desembarazados de la experiencia de la ternura, esos niños desahuciados del candor primigenio que no han sido acariciados, para descubrir como en su vida adulta esta carencia se refleja en una disfunción del habla. En nuestra lengua materna existen palabras que son amadas, son verdaderos epicentros de la ternura, son centros de ensalzamiento. Si el niño que todos llevamos dentro no las ha sentido en su primera infancia, en ese espacio donde no sabemos distinguir entre lo que es un recuerdo y lo que es un sueño, el individuo adolece la carencia de todas las ternuras del vocabulario apasionado. Son estas experiencias primeras las que luego se ramificaran en el orden poético de la vida futura con prodigalidad hacia diferentes ámbitos de la expresión. La vida del alma, la sensibilidad, es la depositaria de estas imágenes del amor fundacional. Un vocabulario onírico germina en estas primeras sensaciones que nos devuelven imágenes muy sencillas. Un ejemplo de este vocabulario es las imágenes que surgen en un gesto como el de la micción. No solo palabras, también hay objetos unidos a este acto tan simple de traer con las manos algo a la boca. Aprehendemos la realidad trayendo las cosas a nuestros labios antes de haberlas pronunciado. Sensaciones tan simples como ser acunado o arropado poseen tal intensidad que los sueños infantiles se confunden con los primeros sueños de gruta. La ensoñación amorosa arraiga al ser a un centro de luz y de calor, aunque sea solamente una llama endeble que puede apagarse con el suspiro de nuestro aliento.





Una imagen viene a mi memoria cuando acecho tras el ángulo de la puerta de la primera casa de mi infancia. Mi abuela, se ha levantado de madrugada para encender el fuego en la cocina. No hace más de veinte años que nuestras casas exigían ser caldeadas por la lumbre, y cada mes llamaba al timbre el carbonero con el rostro tiznado. ¡Qué bella profesión la del carbonero! Parecía provenir del submundo. Los mensajeros del inconsciente son como esos antiguos carboneros que arrojaban con sus canastos el carbón en la pequeña despensa. Mi abuela con paciencia en las frías mañanas de invierno extraía la ceniza del día anterior con sus pequeñas manos. Luego hacía pequeños montoncitos de tablillas y después las hacía arder con un pliego de periódico amarillento. Soplaba la llama con tanta persistencia que mientras tomaba mi tazón de leche observaba ensimismado su cuerpo encorvado. No entendía bien su afán nada fácil de encender la lumbre. Mi abuela era la guardiana de la llama, por esta razón, en mi casa familiar aún dura la concordia. Ella puso el amor a la lumbre, lustraba cada objeto con una obsesionante limpidez pues todos los objetos de la casa exigían su caricia y su cuidado. Una imagen del amor reclamará esas primitivas ensoñaciones del fuego y del calor, de la caricia hacia los objetos que nos pertenecen. El amor es un acto humilde como el de mi abuela encendiendo la lumbre cada mañana de invierno. Restablece una verdad primitiva, una autenticidad de imagen que proviene de la más tierna infancia. El hombre es el corazón que busca la candela. El amor nos hace sentir bien, designa fuerzas benefactoras, protectoras, descubren en nuestra alma una candidez del ser, una dulzura que penetra directamente en el alma. Hay olores, sabores, sonidos, que penetran en el núcleo de nuestra alma y que nos transportan a los primeros espacios de la niñez. De adultos olvidamos la intensidad de ese primer fuego vivido. Cuantas veces una persona que a nuestro prejuicio es señalada como un ignorante, una inteligencia simple, vela nuestro sueño y protege la esencia benigna del amor encendiendo una lumbre, encendiendo una luminaria, haciendo hervir en la cazuela nuestra comida. Hoy nuestras casas ya no tienen lumbre y el hogar ha perdido esas ilusiones que se remontan a la alquimia. Nuestras casas ya no desprenden olores. Nuestras calles no huelen. No nos es necesario recoger la leña y encender con paciencia el fuego que caldea nuestra casa. Las comodidades de la vida moderna no nos han permitido reconocer las antiguas imágenes de la nostalgia. Cuantos niños no conocerán ya las virtudes emotivas del fuego y la llama. Por añorar este fuego alguna vez se me ha ocurrido la insensatez maravillosa de comprarme una vieja estufa de leña con herrumbre para la destartalada cocina de mi casa en la ciudad aunque tuviese que construir una de esas chimeneas que se quiebran en ángulos inverosímiles por el techo. Necesito imaginar el fuego, que el fuego ocupe el centro de mi espacio íntimo. Sobre una estantería penden toda clase de antiguas luminarias: lámparas de alcohol, farolillos, candelas de petróleo apagadas. Están esperando que encienda su mecha. Antes que el fuego se sexualize y tome caracteres masculinos y femeninos, antes que estalle en el universo sexuado de los colores y los tactos, nuestra intimidad ha sido alumbrada primeramente por la calidez de la primera lumbre[12] en los días grises del invierno.

Cuantas veces he encendido un fuego en el monte, es una sabiduría que hacen muy bien los pastores y los mendigos. En los páramos de Castilla se conservan en los cerros los refugios que los pastores construyeron antaño y que en las tormentas de verano o en el crudo invierno de la meseta aún hoy protegen a los pocos pastores que siguen caminan junto al rebaño. En la oquedad de una roca unas cuantas piedras y ramas protegen del abate del frío y de la lluvia. En el centro del espacio algunos tizones negros y apagados nos muestran que allí hubo encendida una lumbre. Algunas de estas construcciones sirven de atalaya para vigilar los rebaños y recuerdan las primitivas tumbas funerarias. Están tan rezagadas en el monte que cuesta avistarlas y descubrirlas. Un refugio de pastor que encontré era una bóveda lo suficientemente amplia como para acoger a un cuerpo acurrucado. Solo en el centro podía uno alzarse de pie. Las piedras se escalonaban una sobre otra hasta cerrarse en una esfera. Cuesta creer que la fuerza de un solo hombre pudiese levantar las grandes piedras con las que se hizo el paramento. Mi amigo pastor y yo acurrucados encendíamos un fuego un atardecer de tormenta. En la penumbra de la última hora del día el universo entonces se vuelve esférico, mi mano frente a la llama abraza la soledad mágica del universo intempestivo. Acurrucados en el refugio enmudecemos: nuestro silencio es cósmico. Habitar esta tosca construcción nos devuelve esa impresión que los metafísicos de la antigüedad han pensado y que pertenece a la cosmología de algunas religiones del pasado: el ser es esférico. El amor es la llama que anima el humilde refugio del ser.

Una fábula que me conmueve sería el mejor ejemplo a esta empatía que se establece entre el ser y la llama en las primera imágenes del amor, es La cerillera de Hans Cristian Andersen. Nos relata la historia de una niña huérfana que vende cerillas y en la noche invernal calienta sus deditos encendiendo sus últimos fósforos. La llama de la última cerilla se apaga dramáticamente. La abuela bajará de las estrellas para llevársela al cielo acunada en sus brazos. El impulso de un solo fósforo que agoniza en el palito ennegrecido en la noche más fría nos transporta al viaje celeste por las constelaciones. En un cuento se engarzan dos motivos de nuestro ser onírico esencial, la candidez de la llama y el viaje acunado a los cielos.

El sueño en el que me sumergí en la mayor profundidad de mi ser sucedió hará unos tres años. Lo guardo indeleble. Al narrarlo hago desvanecer su imagen. Los sueños cuando se relatan deslucen el destello de una imagen. Yo volvía a la primera casa de mi infancia. Todo estaba derruido y abandonado. Fui apartando cosas desvencijadas del suelo y bajo un camastro encontré unas extrañas estatuillas muy toscas moldeadas en un adobe de excremento y paja. Representaban formas orondas como aquellas estatuillas de fecundidad que los primitivos moldearon. Busqué más y más abajo y encontré un paño blanco de lino bien enlazado y lo abrí en la palma de mi mano. Encontré una joya maravillosa, no por su valor. No sé si era de oro o de plata. Era un collar muy arcaico, sus hojillas eran láminas muy finas labradas en un extraño metal. El collar tenía la forma de un enramaje engarzado en una sucinta raíz. Parecía que al tocarlo se fuera a deshacerse en mi mano y lo alcé con sumo cuidado. Al alzarlo sobre mi rostro las hojillas empezaron a murmullar y su sonido acarició toda mi faz con una sonoridad maravillosa. Tiempo después me pregunté lo que mi sueño intentaba decirme. En el centro del espacio de mi antigua casa familiar, en el núcleo donde la ternura crea nuestras imágenes primeras hallé un objeto precioso que creo debe simbolizar el árbol del lenguaje. El lenguaje, las palabras fueron en su origen mítico el murmullo de las hojas mecidas por el viento, se tornasolan con el aliento. Con este sueño podemos comprender los tres niveles que la fenomenología propone en su descenso: el de los recuerdos vividos, en el de los arquetipos, y en el resurgir pleno de la imagen. Descender siempre, allí está el oro psíquico
[13] que busco. Suelo fijarme mucho en la forma de collares y pendientes y no dudo en interrogar a la mujer que porta una joya similar, suelo prestar atención en las vitrinas de los anticuarios, y he buscado en libros de joyería y de alquimia. Con este ejemplo estamos en los sueños del minero. Es necesario escarbar la mina, descender, el oro psíquico está abajo, abajo, en la hondura de nuestro ser. A estos sueños de minero que insólitamente se excavan en un dormitorio me imagino la lamparilla de carburo. Su luz no es la de la vela, ni la de la lámpara de gas o de petróleo. La llama del minero es blanca. Debe ser blanca, una llama pura, pues es la que acompaña en nuestro viaje por los ámbitos telúricos.

La siguiente imagen de la ternura se debió a una experiencia sensorial y ocurrió en el montaje de El Eco de la Sombra del Teatro de los Sentidos. Compañía teatral a la que estuve ligado. El montaje estaba basado en la exploración de la sombra, en el enigma que es tu propia sombra. Tras transitar por unos laberintos en penumbra donde se nos invitaba a sentir diversas impresiones sensoriales, en una cámara tuve una poderosa experiencia. Sin duda fue la imagen más sencilla y la de más hondo calado de todo el montaje escénico. Muchas otras cámaras creaban atmósferas de sueño recreadas con una enorme sofisticación de medios técnicos y atrezzos. La más intensa por su fuerza onírica era una cámara en el corazón del laberinto donde ante nosotros no había más que nuestra sombra proyectada en el suelo. El perfil de mi sombra fue acariciada por otra sombra y mi alma se sobrecogió, una emoción antigua sacudió todo mi ser. Se puede comprender como el ser puede estremecerse si tocan nuestra sombra de igual forma a como el cuerpo puede ser estremecido por una caricia en la piel. Entonces en la conciencia se agolpan lo que somos y lo que nos trasciende en un tiempo más remoto que nuestro pasado vivido. La ternura de ese acto encadena las sucesivas edades de nuestra vida. Observamos en nuestra sombra al niño, al hombre, al anciano en el mismo perfil de nuestra sombra vacilante y en un instante. Nuestra sombra es tan elocuente, mucho más que nuestro rostro, es tan primitiva, tan originaria. Esta impresión sensorial de la caricia por el contorno de tu sombra está lejos de remitir tan sólo a una memoria individual. No nos retrotrae a hechos de nuestro tiempo vivido aunque sentimos precipitarse una condensación instantánea de nuestra historia. Ante ella no se nos devuelve solo nuestro recuerdo más lejano de la infancia, aunque la proyección de nuestra figura puede ser sin duda la imagen más fiel de nosotros mismos. La sombra es peinada como lo hacía nuestra abuela antes de ir al colegio. El relieve de una sombra trasmite todas nuestras penas y todas nuestras esperanzas ¿qué podríamos decir de nosotros en esta imagen? ¿Qué podemos decir de nuestra sombra? Solo podemos asegurar que nuestra sombra es nuestra gran desconocida. Con esta impresión irisada de recuerdos personales, nos encontramos en el origen, estamos ante un acontecimiento que nos retrotrae a una ensoñación particularmente primitiva que solo después podemos comprender. Existe una alcoba secreta donde el amor es el encuentro entre dos sombras que se acarician.

Estos ejemplos que he sacado a colación nos muestran las vías de inspección que propone la fenomenología del imaginario: un recuerdo de la infancia, una experiencia lectora, un sueño profundo, y una experiencia sensorial. Nuestro método particular de observación de las imágenes y nuestra forma de suscitar corresponde a ese telar que nuestra escritura teje con teselas procedentes de la remembranza del tiempo vivido, la lectura ensoñadora, nuestro viaje por las sombras del inconsciente y la vida realzada por el sensualismo. Estos cuatro ejemplos reclaman cada uno una psicología de la ternura que alumbran fuerzas benefactoras para el psiquismo, fuerzas positivas.

Al estudiar el amor como un gran fenómeno de la imaginación tendríamos que iniciar así la labor de escritura de un libro dividido en dos grandes capítulos o apartados. El primer capítulo, vendría a hablarnos desde las poéticas de la sencillez y reclamaría acceder a esas impresiones infantiles y primitivas del primer fuego vivido y los espacios con alma que nos han servido de refugio. La segunda línea de trabajo estaría en el orden de una poética de la exuberancia donde nos embarcaríamos en el amor adolescente. El amor entonces nos retrotrae bien a una infancia y a los espacios de la ternura que la han acogido, o bien nos devuelve a la juventud. La primera línea ha sido comprendida inicialmente en estas imágenes de la ternura iniciatica, la segunda va a ser tratada en los siguientes parágrafos. Es así que la fenomenología del imaginario abre en nosotros un estado de inocencia y de ingenuidad. La inocencia infantil y la ingenuidad del adolescente. Por la primera tratamos de comprender al ser inmóvil, al ser que vuelve a su centro de intimidad y de introversión: de la casa de la infancia a la esfera. Por la segunda línea de investigación estudiamos el ser sucumbido a su movilidad y extraversión, que vive su libertad como fulguración de su ser en contacto con otros seres. El ser se aventura al descubrimiento y es lanzado al mundo.
[1] Mucho se podría escribir sobre los objetos y la labor fenomenológica. Es lo que definimos tomando la terminología bachelardiana con la designación de objetos oníricos. Esto daría pie a una poética de los desvanes. ¡Qué mágicos son en nuestra infancia esos desvanes que guardan las cosas del pasado. Esas cosas que yacen desordenadas, amontonadas y llenas de polvo. Tantos secretos, evocan tantos misterios. Un soplido y el objeto vuelve a brillar bajo el polvo mortecino, descubrimos el lustre de una cosa que fue intensamente vivida. El desván es el espacio de nuestros talismanes y amuletos. Lo mismo podría decirse de los baúles, de los cofrecillos y de los armarios.









































































[2] Es lo que en un futuro enunciaré como una Psicología de la creatividad y una estética comparada.

[3] Toda la obra estética de G. Bachelard es en cada libro una definición más concisa del estatuto de la imagen poética: imagen inconsciente, imagen natural, imagen material, imagen interna, imagen imaginada, imagen ausente, imagen literaria.

[4] Principal tesis de BACHELARD, G. El aire y los sueños. México. Fondo de Cultura Económica. 2003.

[5] Ese hecho de vertir el color sobre la lámina anuncia en un poema la tragedia de una gran imaginación, la del poeta Vladimir Mayakovski.

[6] Lean ustedes la sincrética introducción que nos hace DURAND, Gilbert. Estructuras antropológicas del imaginario. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 2005; y también, Ibidem. El imaginario. Barcelona. Ediciones del bronce. 2000, donde se nos explica la desvalorización que la imaginación ha tenido en la historia del pensamiento occidental.

[7] Este será un futuro proyecto. Lo haré tomando una sola obra literaria. El Ubu Rey de Alfred Jarry. Nada hay más revolucionario contra la rígida disciplina escolar que la imaginación infantil escatológica: ¡merdre! En la mierda hay diamantes. Encontraremos una imaginación infantil atraída por las palabras malsonantes. Las palabras prohibidas, las palabras cautivas nos cautivan.

[8] Esta escuela estaría constituida en las cuatro vías de fidelidad poética de la imágenes en el orden de los cuatro elementos imaginados: aire, fuego, tierra, agua, como tan bien han sido matizados por la obra de G. Bachelard. Los niños de ahora no saben jugar, la sofisticación tecnológica en el mundo del juguete es impropia a la imaginación infantil. Una fenomenología del juguete será tratada en un futuro ensayo para enseñar a los niños a jugar. Hay una empatía directa e innata entre la imaginación infantil y la tierra, el agua. Encender un fuego, sembrar sueños de alfarero, escalar un árbol, construir una choza o una barquilla en el río, son esos privilegios que los niños tienen fuera de las ciudades en la vida rural. El futuro de una pedagogía infantil se encuentra en una fenomenología del juego. Los juegos de la infancia deben estar en contacto con los elementos.

[9] Se denomina heurística a la capacidad de un sistema para realizar de forma inmediata innovaciones positivas para sus fines. La capacidad heurística es un rasgo característico de los humanos, desde cuyo punto de vista puede describirse como el arte y la ciencia del descubrimiento y de la invención o de resolver problemas mediante la creatividad y el pensamiento lateral o pensamiento divergente. Nuestra labor posee el doble signo de dos figuras mitológicas, la de Hermes el mensajero, y la de Heuros.

[10] BATAILLE, George. El erotismo.

[11] BACHELARD, G. La poética del espacio. México. Fondo de Cultura Económica. 2006.

[12] Las imágenes poéticas del fuego ocupan en la obra bachelardiana tres libros. BACHELARD, G. Psicoanálisis del fuego. Madrid. Alianza. 1966; BACHELARD, G. La llama de una vela. Caracas. Monte Ávila. 1992; BACHELARD, G. Fragmentos de una poética del fuego. Buenos Aires Paidós. 1992. En BACHELARD, Op. Cit. 1966: 96. “El fuego, el primer fenómeno ante el cual el espíritu humano ha reflexionado; entre todos lo fenómenos solo el fuego merece, para el hombre primitivo, el deseo de conocer, porque va a acompañado al deseo de amar” (las cursivas son nuestras).

[13] BEGUIN, Albert. El alma romántica y el sueño. México. Fondo de Cultura Económica. 1993. p. 13: “Los cuentos alemanes de hadas, más tarde algunos poemas de Heine, de Eichendorff o de sus epígonos, y luego Hoffmann, creaban un clima de leyenda que se hunde, junto con la leyenda de mi propia infancia, en las oscuras tierras en que se elaboran las vegetaciones del sueño. Pero nunca sabemos por qué rodeos recobrarán su hermosa sonoridad de metal dorado lo tesoros largo tiempo desdeñados de los primeros recuerdos” (las cursivas son nuestras).

No hay comentarios:

Publicar un comentario